martes, 26 de agosto de 2008

1. La puerta


Caminaba tan despreocupada como de costumbre, a paso tranquilo, con la mirada perdida y la cabeza en cualquier rincón perdido, estallando imaginación. Mi urbanización estaba tan silenciosa y oscura como cada noche, hacía poco que la habían construido y no tenía aún muchos habitantes. Me paré en seco y giré hacia mi derecha dispuesta a cruzar la calle, pero no sin mirar antes hacia los lados. Estaba atravesando el frío asfalto cuando un coche doblo la esquina a toda velocidad y me alcanzó antes de poder frenar. A unos pocos metros de él venía otro coche que tampoco pudo frenar antes de chocar.
Tras el choque yo salí despedida. La calle pasaba a gran velocidad ante mis ojos que se cerraban lentamente conforme se me nublaba la vista. Caí en la carretera pintándola de rojo vivo.
Entonces fue cuando ocurrió; con los ojos cerrados mis pupilas se envolvían de ese color que no puedo definir tan siquiera como negro, mezclados por ese extraño color flotaban puntitos blancos, bueno, en realidad eran de todos y de ningún color, no podría describirlo. Los pequeños puntitos se fortalecían y brillaban como diminutas luciérnagas. La luz era mas potente a cada segundo, me ardían los ojos. Abrí los ojos y me envolvió una luz deslumbrante sin un origen concreto. Solo se me pasaba una cosa por la cabeza. "¿Estoy muerta?"
Retrocedí arrastras como un gusano y pude ver una inmensa puerta frente a mi. A decir verdad era una puerta preciosa; de piedra, color verde musgoso, con figuras talladas en ellas tan formidables que me erizaban el vello de los brazos.
Al otro lado de la puerta empezó a surgir una sombra, que pronto tomó la forma de una figura opaca, una figura humana. Era una mujer que avanzaba lentamente hacia mí. Se paró antes de poder sobrepasar la puerta y pude verla mejor.
Era imposible más no tenía ninguna duda; era mi madre. Me miraba desde el otro lado de la puerta sonriente, pero su cara no reflejaba felicidad. Era ella... Pero... Mi madre murió el año pasado por un cáncer de hígado.
Mis piernas heridas y temblorosas me ayudaron a incorporarme. Entonces me di cuenta de que no sentía dolor alguno.
Avancé lentamente hacia la puerta sin apartar la mirada de la mustia expresión de mi madre. Ella me miró con cara de terror, dio media vuelta y corrió mirando hacia atrás de vez en cuando. Yo sin pensarlo si quería la seguí lo más rápido que pude pero se desvaneció entre la luz. Cuando quise darme cuenta había traspasado la puerta, entonces miré hacia atrás y esta se cerró con un fuerte golpe.
Yo me quedé paralizada sin saber que hacer, busqué con la mirada, no sé muy bien el que y mi corazón se aceleró más que nunca, entonces sentí un fuerte dolor en el pecho y caí al suelo inconsciente.

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